Lenguaje humano y comunicación animal

El lenguaje se considera la modalidad más característica y elaborada de comunicación en la especie humana, si bien comparte algunos rasgos con otras formas de comunicación animal y humana pretendidamente menos sofisticadas. La existencia de estos rasgos comunes justifica la idea de que el lenguaje humano, entendido como instrumento óptimo de comunicación entre los miembros de nuestra especie, tiene su origen en otras formas de comunicación animal más elementales que encontramos en otras especies vivas y que perviven de algún modo en los humanos actuales.

Se denomina zoosemiótica a la comunicación celular, biológica y animal, al intercambio de señales que se da entre los animales, de cualquier especie. Los animales tienen diferentes sistemas de emitir mensajes, utilizan su sensibilidad y sus sentidos de olfato, vista, tacto, oído y gusto para emitir y recibir mensajes. Usan cuatro campos o sistemas de comunicación. El campo químico, el óptico, el táctil y el acústico, que como su nombre lo indica, todos estos los perciben a través de sus sentidos. El uso de estos, les permite abarcar olores, intensidad de la luz, movimientos y el escuchar con claridad y precisión si alguien se acerca o se aleja, etc. Por ejemplo. Un perro guardián, percibe claramente la presencia de extraños, sabe cómo avisar o atacar si es necesario defender a su compañero humano.
Percibe claramente el olor de las personas conocidas y desconoce sin temor a equivocaciones cuando la persona que está cerca no es grata. La comunicación entre los humanos y animales de otras especies también es muy frecuente, cuando se establece una relación entre ambos, como ocurre entre el perro y su compañero humano. El animal no humano aprende qué comportamientos son «buenos» y cuáles no, y después a mantener un intercambio de afecto y lealtad indiscutible. Pero muchas veces el humano se deja llevar por lo que él cree que es lo que dice el animal en cuestión, “humanizando” la comunicación de la fauna que hay a su alrededor.

El lenguaje humano se caracteriza por estar formado de elementos con contenido semántico que están formados a su vez por elementos de un conjunto restringido de sonidos (los fonemas), que carecen de significado per se. Por su parte, las señales de los sistemas de comunicación animal mayormente carecen de este grado de estructura.

Las señales de los sistemas de comunicación de la mayoría de los animales suelen producirse como reacción a estímulos externos. Tampoco pueden hacer referencia a hechos alejados en el espacio o en tiempo (salvo, quizá, en el caso de la información transmitida por la danza de las abejas).

Los sistemas de comunicación animal habitualmente no se aprenden, sino que son completamente innatos e instintivos.

El lenguaje humano es creativo, porque permite siempre la creación de nuevas señales combinando elementos preexistentes. Esta capacidad combinatoria.

Para entender a nuestro perro o gato o cualquier animal, necesitamos saber cuál es el código por el cual se comunican con otros congéneres y por ende, con nosotros. Para que exista comunicación, debe haber un cambio de comportamiento en el receptor de la señal emitida por el actor de la misma. Si no se entiende el mensaje, no habrá comunicación, y eso es lo que pasa con mucha frecuencia en el entorno doméstico donde viven nuestros perros y gatos. Nuestros perros son capaces de establecer asociaciones entre nuestras expresiones faciales y nuestros estados de ánimo, de manera que pueden predecir cuándo estamos contentos, tristes o enfadados. Según lo que lean en nuestros gestos, ellos adoptarán una postura en consecuencia al mensaje emitido. Por eso tenemos que hacer hincapié en aprender más sobre su lenguaje.

Observando a humanos y animales se ha establecido una relación entre los sistemas comunicativos de ambos. Darwin advierte que, en todas las razas humanas, se cambia el comportamiento a consecuencia de la continua observación.

Por lo general la comunicación no verbal se suele dar de forma inconsciente, aunque en algunos casos se maneje con pleno conocimiento. La primera muestra de igualdad entre hombre y animales en la comunicación no verbal la encontramos en los ritos. Los ritos son actos comunicativos establecidos según una norma, tácita o expresa, entre los miembros de una comunidad. Se ha venido creyendo, a través de la tradición antropocéntrica occidentalista, que en los animales los ritos eran por instintos, y en los hombres por la razón.

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Pero las relaciones comunicativas van más allá. Y un ejemplo claro lo tenemos en la organización territorial. Un ejemplo curioso fue la investigación de una universidad estadounidense. Se colocó una chaqueta en la silla de una cafetería a primera hora de la mañana. Se comprobó que nadie se sentó, no sólo en esa silla, sino en la mesa. A pesar de que la cafetería estuviera llena nadie osaba vulnerar el espacio que precisaba esa prenda. Diversas especies marcan su territorio con orina, cantos, gritos y señales visuales y sus congéneres saben que no pueden vulnerarlo, a no ser que pertenezcan a un grupo ya configurado o que tengan intenciones hostiles.

Otro caso interesante es el que se produce en las situaciones de defensa. Si en los animales comprobamos como nos muestran sus “armas”, los gatos enseñan las uñas, los perros gruñen exponiendo sus dientes,  parece que en los hombres sucede lo mismo. Así se comprueba como cuando se “caldea el ambiente” el hombre tiende a erguirse. La razón es mostrar más tamaño.

Llama poderosísimamente la atención como manifiestan el enfado los niños y los adultos, que algunos estudiosos como Darwin lo relacionan con dos animales distintos. Mientras que en los niños el enfado se manifiesta con el alargar el labio inferior, como lo hacen los monos antropomorfos, en los adultos se retraen, mostrando los dientes apretados, como lo hacen perros y lobos. Sería inútil para un hombre intentar defenderse con los dientes, sin embargo el mostrarlos es un acto muy comunicativo. Igualmente comunicativo es el hecho de fruncir el ceño. Es un hecho que se produce en todas las razas y culturas del planeta. Su origen parece estar relacionado, pues se observa que distintos primates también lo fruncen, con el ancestral hecho de tener que mirar a lo lejos para divisar con claridad un posible peligro. Este hecho de intentar vislumbrar a otro animal a lo lejos provoca que se contraigan los ojos para buscar el punto óptimo de luz.

Estos son sólo algunos de los ejemplos que podemos encontrar. Hay infinitos. Para terminar concluimos con una frase de un gran filósofo.

René Descartes: “Dicen que el mono es tan inteligente que no habla para que no lo hagan trabajar”