Los pescadores de cormoranes

En el extremo sur de China, donde sus ciudades están cercanas al mar y el clima es húmedo gran parte del año, desde hace siglos se viene desarrollando una tradición de lo más curiosa: la pesca con cormoranes. El cormorán es un ave acuática que habita en zonas de costa, ríos o lagos. Se alimenta de pescado que atrapa zambulléndose en el agua y buceando. Fue este el motivo que llevó a pensar a los antiguos pescadores de la zona que estas aves podían ser utilizadas para la pesca. Para ello, idearon la forma de obtener las capturas que pescaban: les ataban una cuerda en la base del cuello de manera que sólo pueden tragar los pececillos pequeños y quedaba retenido el pescado grande. Posteriormente, extrayendo el pescado del cuello del cormorán, obtenían la pieza y vuelven a repetir la operación.

Cormorán Wakan

Antiguamente en zonas del suroeste de China, cada pescador tenía su propio cormorán. Los pescadores salían cada anochecer a faenar en sus balsas de bambú, alumbrados por potentes lámparas suspendidas sobre el agua para atraer al pescado. Los peces acudían a la luz, el cormorán veía a sus presas y su instinto hacía el resto. Lo maravilloso de esta técnica es que todo es  artesanal: las balsas utilizadas son largas y estrechas, fabricadas con varios troncos de bambú unidos entre sí. El pescador permanece de pie y utiliza una vara para mover la embarcación. Cada cormorán criado por el pescador desde que es un polluelo, tiene un peso de unos cuatro kilos, y son entrenados desde pequeños para ser animales de pesca y servir al pescador. Lo bonito de este espectáculo natural es que la sinfonía entre el pescador y su ave es total. Una vez que han realizado su trabajo, se les retira la cuerda que oprime su cuello y se les permite seguir pescando lo que necesiten para alimentarse. Posteriormente, al que le han servido, se convierte en sirviente y viceversa. El camino de regreso se convierte en un precioso momento en los que los cormoranes extienden sus alas para secarlas al sol, ya que sus plumas, a diferencia de las de los patos y otras aves acuáticas, no son completamente impermeables. Durante el trayecto, el pescador le ayuda a secarse sus plumas y le suele acariciar el cuello en señal de agradecimiento por los servicios prestados. Una hermosura de escena. Este mismo ritual se lleva repitiendo en China desde hace más de 1.300 años, lo cual aporta muchísimo más misticismo al tema.