La Vila y sus deleitables aromas

Villajoyosa,  La Vila. Es así como la llaman sus amables habitantes. Este pueblo es el encuentro de dos aromas combatibles. Sí, desde su creación hay dos aromas que inundan esta ciudad, y que con orgullo combaten sutilmente para apoderarse y aspirarse en el interior de sus huéspedes vileros.

Combate este primer dulce aroma, este confortable aroma, que penetra por todos los rincones de esta sublime urbe: el chocolate. Chocolate que por su pureza parece la reina de las perlas. Aroma que proviene de esas fábricas del interior del pueblo jonense propagándose en toda su extensión hasta llegar al centro del mismo, donde su rival, el impregnable olor a salobre, se atraca desde la costa y le espera impacientemente para iniciar su gran batalla.

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El olor a salobre también tiene su modesto origen. Brota del hermoso puerto situado al norte costero de esta ciudad deleite y, recorre un trecho de ensueño entre el tranquilo mar Mediterráneo. Mar de aguas cristalinas, mar de profundas aguas, mar de considerables ataques de piratas Berberiscos, mar alimentado por el río Amadorio, mar de corsarios… Y en definitiva, mar de aguas que reflejan toda la historia de este municipio alicantino llamado antaño Alonis o Allone.

Olor a este pescado recién sacado del mar y que aún agita su cola. Mar al que los intrépidos marineros salen a faenar con estos grandes pesqueros, cuyo robusto cuerpo corta la dulce agua salada.

Campos de agua clara, así es como los llamaría, campos de agua salada. Multitudes de ellos envuelven con sus brazos gran parte de la chocolatera Vila. Este mar que, gracias a su acaramelada brisa, permite que el olor a salitre tenga una escolta para su gran lidia.

Deleitables aromas que recorren estas calles ya asfaltadas, dejando atrás toda su historia. Calles abarrotadas de gigantes llamados edificios. Estos gigantes son como diminutas casitas de pueblo, pequeñas casas sobre diminutas casas. Aromas que llegan a penetrar por todos los rincones con el fin último de encontrarse y, que llegan a empapar los sentidos de su afable gente. Hombres del interior, manos sosegadas, no agotadas…Hombres del norte, jóvenes marineros de manos ásperas, enrojecidas y desgastadas de tanto recoger, tirar, subir redes, anclas… Generaciones de vecinos que trabajan duramente para que puedan batallar estos dos aromas. Estos viejecitos que, al no poder tener nada más que hacer, se reúnen en el bar y juegan una “partidilla”, se dan un trago y, entre el paso del tiempo, surge alguna que otra historia de esta fragancia a chocolate o esta esencia a salobre. Estas mujeres maduras que se en el interior de sus casas intentan arremeter contienda haciendo manjares tan exquisitos que su aroma se mezcla con el de los dos Grandes.

Inmenso mar de aguas transparentes, olor a salobre, gran humareda de las fábricas chocolateras, choque entre los Dos Grandes Aromas. Olores dulces o salados, pero olores, olores y más olores…gente, mucha gente, gente que deambula de aquí para allá. Esas mujeres a las que los musulmanes adoraban como joyas. Faenar, madrugar…humo, ruidos, motores… Esencias de esos manjares, que aunque son olores, no pueden luchar contra los dos olores magnos. Los dos ilustres que nunca dejarán de enfrentarse por ser uno de ellos el cardinal bálsamo de La Vila…Aunque todos los vileros sabemos que nuestra ciudad tiene y tendrá dos deleitables y grandes aromas: el chocolate y el salobre.