Consumir ecológico NO lleva a la deforestación
Compartimos con vosotros la crítica escrita por http://madridagroecologico.org/ respecto a la polémica surgida por un artículo publicado en el periódico El País http://elpais.com/elpais/2016/12/15/buenavida/1481801597_706486.html el cual afirma que consumir ecológico no ayuda a salvar el planeta.
Desde Wakan, como es obvio, no estamos de acuerdo con lo que este periódico afirma y os queremos trasladar nuestra visión a través de la magnífica argumentación de madridagoecológico.com donde se desmonta de manera categórica lo dicho por El País. Pasamos a daros a conocer el artículo:
«Pocas cosas indignan más que un ataque tan claro contra los alimentos ecológicos como el del artículo que publicó el periódico El País el 16 de diciembre, que llevaba por título “Deje de comprar comida ecológica si quiere salvar el planeta”. Grupos ecologistas, colectivos de huertos comunitarios, grupos autogestionados de consumo, plataformas por la agroecología y alianzas para la soberanía alimentaria, vemos un ataque en toda regla a los alimentos ecológicos, en un artículo que ofrece una visión muy sesgada y que cuestiona los alimentos ecológicos a partir de declaraciones de dos “expertos”, que tergiversan los argumentos con los que reforzamos nuestras prácticas.
A través de esta réplica pretendemos poner en evidencia las falsedades en las que recae, y explicar lo que a nuestro modo de ver es la voluntad del artículo de El País. Nos sumamos a la respuesta muy bien argumentada de Pablo Manzano.
Consumir ecológico NO lleva a la deforestación
Afirma el artículo que, puesto que el rendimiento de la agricultura ecológica es menor, necesita mayores extensiones de tierra y habría que talar selvas y bosques si queremos comer todos en ecológico.
Para tener un poco de perspectiva, habría que hablar del extractivismo[1] como aquellas prácticas que mueven grandes volúmenes de materias primas poco elaboradas destinadas a la exportación, estrechamente vinculados a los países ricos en recursos naturales en lo que se ha llamado la “paradoja de la abundancia”. Esta paradoja, que afecta a la mayoría de países latinoamericanos, en su expresión más cruda da lugar a estas prácticas de tala en grandes volúmenes de bosque amazónico de las que el artículo habla, pero que se encuentra estrechamente vinculada a la República Independiente de la Soja[2]. Volvemos a insistir que es curiosa que el artículo relacione producción ecológica y deforestación cuando son sobre todo las prácticas de agricultura industrial para producir forrajes para la alimentación de ganado, la que provoca la deforestación.
La agricultura ecológica NO aumenta las emisiones de CO2
No, la agricultura ecológica no es la causante del cambio climático. Sorprende la ligereza con la que la periodista Suleng escribe que la agricultura ecológica es menos eficiente y hace que aumenten las emisiones de CO2.
En lo que a rendimientos se refiere, no podemos limitarnos a comparar los kilos que se obtienen por cada hectárea. Por un lado, es cierto que en muchos casos la agricultura industrial logró un incremento en la productividad (a corto plazo) a base de incorporar maquinaria, pesticidas y fertilizantes químicos, pero no fue gratuito: esa maquinaria y esos químicos llevaron aparejado el empleo de cantidades crecientes de energía fósil para su producción y funcionamiento.
Por otro lado, también hay que tener en cuenta que la presencia de más de un cultivo en la misma finca como suele ser el cultivo agroecológico, garantiza una mayor variedad de alimentos obtenidos, y la sinergia entre las variedades habitualmente incrementan los rendimientos de cada variedad por separado.
Simplemente por dar un poco que luz al asunto, en 1920, por cada kilocaloría empleada en la agricultura se obtenía 5,8 kilocalorías en forma de alimentos, pero con la industrialización, la relación cayó a 2,7 kilocalorías producidas por cada kilocaloría empleada (Pimentel 1988). Es decir, el incremento de la productividad de la agricultura convencional lleva aparejado el consumo de energías fósiles con las consiguiente emisión de gases de efecto invernadero, que hacen esta comparativa del artículo de dudosa veracidad. Hoy para producir un kilo de trigo con agricultura industrial se emplea más del doble de energía que en ecológico, lo mismo sucede con el maíz y la diferencia aumenta con otros cultivos. Solo si tenemos en cuenta la producción por hectárea, y no contamos el uso de la maquinaria y su combustible, ni la energía necesaria para la producción de los fertilizantes y plaguicidas de síntesis química, podríamos aceptar el enunciado del periodista.
Consumir ecológico NO daña el medio ambiente
Las prácticas agroecológicas (y esto no es extensible a todos los alimentos ecológicos) cierran ciclos de nutrientes, aportan abonos orgánicos que ayudan a la estructura de los suelos y aumentan la presencia de microorganismos benéficos.
Con la agroecología el suelo mejora cada año; al contrario de lo que sucede con los fertilizantes químicos.
El modelo intensivo con monocultivos acaba con la biodiversidad y degrada el suelo, con lo cual entra en un círculo vicioso por el que cada vez son necesarios más aportes de fertilizantes y plaguicidas químicos. Fertilizantes y plaguicidas que acaban contaminando las aguas subterráneas.
Por la parte que nos toca a las consumidoras, si nos preocupa el medio ambiente, deberíamos saber que consumir ecológico no es solo comprar alimentos ecológicos, es interiorizar el consumo responsable y evitar el desperdicio alimentario. Ese desperdicio alimentario, según datos del Ministerio de Agricultura y Medio Ambiente, llega a suponer en nuestro país entre el 25% y el 30% del total.
Los alimentos ecológicos NO ponen en riesgo la capacidad de abastecimiento de los sistemas agroalimentarios
El artículo dice textualmente, según la declaración del ingeniero Marco Antonio Oltra, que “cambiar a una agricultura ecológica implicaría que la mitad de la población mundial tenga que dejar de comer”.
Los sistemas agroalimentarios, son el conjunto de cadenas que conforman la producción, la transformación y la distribución que posibilitan a la población alimentarse. Tras la revolución industrial aplicada a la agricultura (revolución verde), aparecieron una serie de gigantes agroalimentarios que son los que hoy en día establecen qué, cómo y cuándo se comen los alimentos, y que hacen imposible entender estos sistemas sin las estructuras de poder que los atraviesa.
Estos gigantes empresariales determinan a partir de la producción, qué es lo que se come en el globo, y lo que es más importante, que es lo que no se come. Con el objetivo de obtener beneficios como cualquier grupo empresarial hace, se prima la producción de mercancías globales (commodities) que juegan en la esfera financiera con precios a futuro, menospreciando y afectando seriamente la disponibilidad de alimentos para la función alimentaria. No es extraño entonces ver como las mejores tierras de África, Asia o América del sur son utilizadas para la producción de cereales para biodiesel o para forraje en vez de destinarse a solventar los problemas de inseguridad alimentaria que afectan a estos territorios, todo bajo el paradigma de la agricultura convencional y la exportación de materias primas como motor de desarrollo. Puede que haya habido problemas puntuales con algunos alimentos ecológicos, pero no es nada comparado con las emergencias alimentarias generadas por la ESPECULACIÓN con los alimentos en mercados financieros.
En 2008 vimos cómo la elevación artificial de los precios de alimentos básicos los hizo inalcanzables para capas enteras de población y condujo a una crisis alimentaria internacional.
Con todo esto, no nos queda más que decir que más allá de la falsedad de esta frase, son realmente las grandes multinacionales alimentarias con las enormes inversiones de capital, el acaparamiento de cuencas hídricas y tierras fértiles, las verdaderas responsables de la inseguridad alimentaria.
La agricultura ecológica NO ha causado los principales problemas de seguridad alimentaria
La vinculación entre agricultura ecológica y los problemas asociados a la seguridad alimentaria son pura demagogia.
En estos sistemas agroalimentarios globales, la concentración de los agentes de la distribución agroalimentaria han conseguido definir nuevos patrones de consumo insostenible y han roto las estacionalidades de los alimentos. Desde el otro lado, la producción, registro y patente de las semillas, y la fabricación de los fertilizantes de síntesis química también ha sufrido un proceso de concentración empresarial, reduciendo y haciendo hegemónico el modelo de agricultura convencional que entiende la finca como un laboratorio, y no entiende de ritmos biofísicos. Estos dos eslabones fuertemente concentrados dominan al resto de eslabones, esto es las agricultoras (porque la mayor parte de la agricultura está en manos del sexo invisibilizado siempre[3]) y los/as consumidores/as. De este modo, por ejemplo, tenemos tomates, quinua o soja atravesando cadenas globales de transporte constantemente viajando grandes distancias en grandes volúmenes, lo que por un lado incrementa la probabilidad de transmisión de contaminantes, y por otro atraviesa cada vez más intermediarios hasta ser consumido, redundando en el asunto de la probabilidad de contaminación cruzada.
Aquellos que defendemos la agricultura ecológica como parte del cambio en el modelo productivo agroalimentario, insistimos en el papel que tiene la comercialización directa, la agricultura de proximidad y la temporalidad de los productos en pos de la reducción del impacto ambiental y de la justicia hacia los eslabones más agredidos por este sistema agroalimentario perverso, algo que en cuanto a salubridad, limitaría el impacto de una posible contaminación, primero por los volúmenes más pequeños de comercialización, aunque también por la facilidad de localización del origen del lote contaminado (algo que en cuanto a alertas alimentarias suele ser lo más complicado).
Los alimentos ecológicos SÍ son mejores para la salud
Es curiosa la insistencia en negar los beneficios de los alimentos ecológicos, cuando otros muchos expertos y estudios sí que establecen una correlación entre alimentos ecológicos y beneficios para la salud. Los efectos negativos de las sustancias que acompañan los alimentos industriales han quedado tan demostrados, que han dado lugar a toda una serie de prohibiciones en el empleo de sustancias químicas en agricultura. También han ido sucediéndose regulaciones que introducen límites a los niveles de toxicidad de los alimentos o al empleo de antibióticos en los animales estabulados. Esos niveles de toxicidad provienen de los químicos sintéticos utilizados en los cultivos intensivos. Los potenciales riesgos de los cultivos transgénicos no deberían quedar silenciados, a pesar de que el artículo los pasa por alto.
Aunque imperfecto, este sistema está en peligro por la regulación a la baja que el CETA o el TTIP pueden traer, ya que se adquirirían estándares como el estadounidense, que se rige por la medición del último eslabón para comprobar si es apto para el consumo un producto, algo que obviamente incrementaría la probabilidad de alcanzar el comercio minorista por atravesar muchos menos controles alimentarios en su trayecto hasta el consumo final.
En cualquier caso, si alguien ha padecido especialmente los efectos nocivos de estos contaminantes, han sido los agricultores, las agricultoras y sus familias. A modo de muestra, está documentado el aumento de disfunciones neuronales en menores de comunidades agrarias en la India, fruto de su exposición a pesticidas organofosforados. Cultivando con prácticas ecológicas se habrían evitado estos daños. Cuando hablamos de efectos sobre la salud, conviene no pensar solo desde nuestra perspectiva de consumidores y recordar a quienes trabajan sobre esos alimentos antes de que lleguen a nuestra mesa.
La frase que se salva del artículo, nos lleva a la agroecología
Rescatamos para el final una frase que pasa casi inadvertida: “un huerto familiar, donde las labores se realizan a mano, no comportaría una huella de CO2 mayor” y en aquella parte tan condescendiente en la que se dice “Solo se cultiva así en zonas donde faltan medios para agricultura técnica, como en India o en algunos países africanos” tenemos la clave. Se hace necesario pensar el modelo de producción y consumo agroalimentario global, y buscando referentes encontramos estos sistemas, aparentemente “arcaicos” y definidos como sub-desarrollados que, sin embargo, han gestionado históricamente los paisajes de nuestro medio rural, y han dado de comer a la gente a la par que se han adaptado a los límites biofísicos del planeta, de una manera que ahora llamamos sostenible.
Introduciendo una visión más integral, la agroecología aplica conceptos y principios ecológicos para el diseño y manejo de agroecosistemas de manera que aumente su sustentabilidad ecológica, social y económica, anteponiendo la vida sobre las ganancias económicas. Nos gustaría invitar a este par de ingenieros a echar un vistazo a las comunidades campesinas del mundo entero y a las organizaciones internacionales como la Vía Campesina, que testimonian cómo todos estos resquicios de “agricultura atrasada” es la que da de comer al 75% de la población mundial[5], con mejores rendimientos que la agricultura convencional, con una voluntad de proteger la biodiversidad del planeta y en mucha menos superficie que la que ocupa la agroindustria a nivel mundial.
El mito de la neutralidad de los expertos… y de la periodista
Creemos que para entender este artículo y todos aquellos que agreden de manera directa a cualquier propuesta de los movimientos agroecológicos a nivel mundial, es necesario entender el papel que juega la ciencia y la divulgación científica a la hora de generar percepciones en la sociedad. La ciencia aporta en cualquier debate público que sea necesario, y permite en cierto modo inclinar la balanza hacia una decisión determinada. Sin embargo, muy a menudo la ciencia también ha sido utilizada para transformar la conciencia de las personas a través de determinados imaginarios, por su carácter aparentemente objetivo y racional sujeto al método científico. De hecho, el uso del adverbio “científicamente” en los anuncios publicitarios de pastas dentífricas o de champús no es a la ligera, sino que refuerza el argumento que se esté dando en ese momento por el mero hecho de estar vinculado a un método científico.
El papel de los “expertos científicos” como agentes objetivos y puros, sin inclinaciones políticas, que saben “lo correcto” porque conocen con profundidad la temática, persigue eliminar el debate público. Quizás deberíamos preguntarnos en este debate público qué mueve a un biotecnólogo a hablar de seguridad alimentaria, qué mueve a un periódico de tirada nacional a hablar mal de los alimentos ecológicos, o qué permite que determinados artículos científicos tengan mayores impactos y a otros no.
Quién gana y quién pierde
Si nos preguntamos quién gana y quién pierde con esta serie de artículos, podemos intuir que ganan los mismos que presionan para abrir mercados a los cultivos transgénicos y quienes controlan las grandes producciones industrializadas y perder, perdemos la mayoría, pierde el planeta y pierde el futuro.
Bibliografía
[1] El concepto ha sido elaborado principalmente por E. Gudynas y A. Acosta como por ejemplo en “Extracciones, Extractivismos y Extrahecciones: un marco conceptual sobre la apropiación de recursos naturales”.
[2] Expresión irónica que algunos activistas utilizan para describir la superficie que ocupa la Soja en los países latinoamericanos y que solo en Argentina ocupa 20 millones de hectáreas (Sarandón, 2016).
[3] Informe de GRAIN 2014 “Hambrientos de tierra: Los pueblos indígenas y campesinos alimentan al mundo con menos de un cuarto de la tierra agrícola mundial”
[4]http://www.aecosan.msssi.gob.es/AECOSAN/web/seguridad_alimentaria/seccion/alertas_alimentarias.htm
[5] Ver Kanayo F. Nwanze , IFAD. “Small farmers can feed the world”; UNEP, “small farmers report”; FAO, “Women and rural employment fighting poverty by redefining gender roles”