Beber de las nubes

Unas nubes bajas pasan sobre nosotros mientras conducimos por las polvorientas faldas de un enorme cerro. El desierto que nos rodea salpicado por todas partes de cactus y matorrales de verde pálido. A lo lejos, los nevados picos de los Andes serpentean hacia el este. “Hoy tenemos una magnifica niebla”. Al salir de una curva cerca de la cima, quedamos envueltos de pronto en una densa neblina. Los atrapanieblas van a trabajar mucho esta mañana. Situados de lleno en la trayectoria de los vientos que azotan las nubes cargadas de humedad contra la cima de la montaña, decenas de atrapanieblas se yerguen como gigantescas redes de voleibol a lo largo de una estrecha cordillera. Los finos hilos de su malla de polipropileno atrapan las gotas de agua de niebla, del mismo modo en que una telaraña atrapa las gotas del rocío. Cuando se acumulan muchas gotas en la malla de un atrapanieblas, su peso hace que se precipiten hacia unos canales.

Se necesitan 10 millones de gotas de niebla para formar una gota de agua del tamaño de la cabeza de un fósforo. Los bancos de niebla entran desde el Pacífico 300 días al año, pero sus gotas son tan diminutas que rara vez se convierten en lluvia. Parece imposible que estemos tan próximos a uno de los lugares más áridos de la Tierra. Nos encontramos cerca del desierto de Atacama, del cual se dice que tiene partes en las que jamás ha caído una gota de lluvia. Para los aldeanos, el proyecto Camanchaca-Chile, como se denomina el experimento para recolectar agua, es un verdadero milagro.

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Casi todos los días pasan nubes grises por el cielo, pero, hasta hace poco, toda el agua que consumían los lugareños llegaba una o dos veces por semana en un viejo y destartalado camión cisterna.

Los aldeanos jamás sabían si el agua que les llevaba el camión estaba limpia o contaminada. Era casi imposible mantener los tambores limpios. En consecuencia, mucha gente tenía parásitos intestinales.

Extraer agua de las nieblas costeras y usarla para dar vida al desierto. “La idea puede parecer muy moderna, pero se ha practicado durante miles de años”.

Desde principios de los años 60 se habían realizado en Chile experimentos para recolectar agua de niebla, pero sin mucho éxito. En una zona situada al sur del desierto de Atacama, debido a que en ese lugar las montañas reunían las condiciones apropiadas: gran altitud, vientos fuertes, cercanía con el mar y niebla casi todos los días se inició el proyecto.

A principios de 1981, se colocaron atrapanieblas experimentales, cada uno de ellos estaba formado por 0.25 metros cuadrados de malla de polipropileno montada sobre un poste y conectada por una manguera a una botella de dos litros, 24 horas después la botella rebosa.

Con financiamiento de la universidad, el gobierno regional y otros organismos, los investigadores construyeron atrapanieblas cada vez más grandes a lo largo de los siguientes tres años.

Mientras seguía recolectándose el agua de niebla, se crearon plantíos experimentales con 20 especies de árboles que a su vez se volvieron recolectores de cuyas hojas goteaba agua al suelo, donde creció un húmedo y mullido circulo de musgo, pasto y arbustos. En 1983, los científicos decidieron iniciar un programa a gran escala para empezar a reforestar. En 1987 se comenzó a construir los gigantescos atrapanieblas en serie.

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A la vuelta de dos años había 50 atrapanieblas en las cimas, cada uno con su vela de 48 metros cuadrados de polipropileno. Entre todos absorbían de las nubes un promedio de 9.600 litros de agua al día. Se construyó una tubería para transportar el agua del cerro al municipio, hasta un depósito de 100.000 litros de capacidad, con su sistema de distribución.

Hoy en día, unos proyectos de atrapanieblas experimentales que se están desarrollando en el altiplano ecuatoriano, suministran agua a comunidades de ese país. En Perú, cerca de Lima, se han construido unos recolectores que dotarán de agua a un proyecto que hará florecer el desierto. Ahí se está cultivando el cactus de la tuna, para que la comunidad tenga una fuente de ingresos. Los científicos han descubierto que las condiciones para recolectar agua de las nubes en forma económica -neblina constante, vientos, montañas de entre 500 y 1000 metros de altitud, a no más de 25 kilómetros de la costa- existen en 22 países con zonas áridas de Latinoamérica,África y Oriente Medio.

No sería práctico cosechar niebla para llevar agua a las grandes ciudades, pero no hay razón para que cientos de comunidades pequeñas no mejoren su calidad de vida con esta sencilla tecnología.