La arena de la playa
Fracciones minúsculas, amarillas, blancuzcas o grisáceas, con las que jugamos y se escabullen entre nuestros dedos; no solo son la materia prima de nuestros proyectos veraniegos, ni la causa de la incomodidad dentro del bañador, también es un gran jardín maravilloso para todo un gran ecosistema lleno de vida microscópica y no tan pequeña.
La arena de las playas se forma por procesos erosivos en los océanos; el agua tarda millones de años en desintegrar conchas y rocas, hasta la formación de partículas de un tamaño entre 0.063 y 2 mm, estas son las dimensiones en las que, en términos geológicos, se considera arena. Por lo que, al existir una playa cuyos granos sean más pequeños se les denomina “playa limosa” o si, al contrario, se encuentran fragmentos más grandes, se le considerara una “playa de grava”.
Su composición puede ser de silicatos (minerales con cuarzo), carbonatos de origen inorgánico o de fragmentos biogénicos (Ca CO 3 como la roca caliza), de rocas volcánicas… en fin, cualquier roca en el mundo que no se disuelva y pueda viajar en pequeños pedacitos hasta la playa.
Las rocas y conchas se fragmentan en millones de partículas, ya sea por acción del viento, del agua u otros procesos erosivos. Después de ser hechas pedacitos muy lentamente, son transportadas y depositadas por la acción marina, en aquellos lugares favorecidos por las corrientes y los complejos procesos del movimiento, llegan al fin a las playas. Lo más increíble es que cada uno de esos pedacitos es muy diferente al granito de arena más próximo, y al que sigue y al que sigue… Cada uno de estos tiene una propia historia acerca de los varios millones de años de existencia y distancia recorrida para formar nuestros destinos favoritos de vacaciones.
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