Paleodieta

La obsesión por encontrar una dieta óptima se ha incrementado en los últimos años por parte de la sociedad y también en el ámbito científico. Quizás se deba a un mayor interés por un estilo de vida más saludable o porque comenzamos a ser conscientes de que las decisiones que tomemos hoy en materia alimentaria, serán determinantes en el futuro, ya que en 4 décadas seremos 2000 millones de bocas más que alimentar.

Sabemos que los recursos que nos ofrece el planeta se ven más o menos afectados según que dieta esté en alza en los países desarrollados, probablemente porque empezamos a entender que sin cuidar el planeta, sin actuar de manera sostenible, estos recursos son finitos. También ha crecido el interés por  encontrar una dieta más adecuada en aspectos metabólicos y/o genéticos alternativa al régimen dietético occidental actual.

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Todos hemos oído hablar en estos días de la denominada paloedieta basada en la hipótesis de que los humanos modernos estamos adaptados para comer como los cazadores-recolectores del paleolítico y que nuestros genes no se han adaptado a los alimentos cultivados. Loren Cordain, impulsor del “paleo-movimiento” y nutricionista evolutivo de la Universidad Estatal de Colorado afirma que es la única opción que se adapta totalmente a nuestra configuración genética, tras estudiar las dietas de las poblaciones cazadoras-recolectoras actuales como los tsiname de la Amazonia, los inuit del Ártico o los hazda de Tanzania y observar que no conocen la hipertensión, la ateroesclerosis o las enfermedades cardiovasculares.

Según Cordain con una dieta basada en pescado y carne magra y evitando comer productos que aparecieron con la llegada de la agricultura (legumbres, cereales y lácteos) podríamos evitar enfermedades características de la era moderna como el cáncer o la diabetes.

Aunque el consumo de carne en el pasado parece haber sido crucial en aspectos evolutivos clave como el desarrollo de nuestro cerebro, los detractores de esta filosofía alimentaria aseguran que es extrema y que está fundamentada en ideas erróneas. Investigadores/as como Amanda Henry, paleobióloga del Instituto Max Planck, de Antropología Evolutiva de Leipzig afirman que seguimos evolucionando, que nuestro ADN no ha dejado de modificarse desde la aparición de la agricultura. Evidencias de ello sería nuestra tolerancia a la lactosa. Durante la lactancia todos toleramos la lactosa, pero era el único momento de nuestra vida en que la consumíamos en el pasado (nuestro organismo entonces dejaba de producir lactasa, la enzima que descompone la lactosa en azúcares simples) hasta que llegó la domesticación del ganado hace 10000 años y con ella el consumo de leche en etapas postlactancia y una tolerancia a la lactosa que ha evolucionado de manera distinta en todo el mundo. Comunidades que no dependían del ganado para subsistir como los chinos, tailandeses o los bantúes del África occidental siguen siendo hoy en día intolerantes a la lactosa.

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Ejemplos como éste parecen poner en tela de juicio la famosa expresión de “somos lo que comemos”. Habría que pulirla y decir quizás que somos consecuencia de lo que nuestros antepasados comieron. Otro aspecto interesante a valorar es el contexto histórico en el que surgen y en el que adoptan determinados hábitos alimenticios. Los cazadores-recolectores obtenían el 30% de su ingesta calórica anual de la carne, pero también es cierto que padecían periodos de escasez donde podían pasar días y días sin un bocado de carne que generalmente les costaba un esfuerzo físico considerable lograr y bajo condiciones climáticas no siempre benevolentes. Totalmente opuesto a tener que ir a la oficina donde pasar una media de 4-5 horas sentado, para luego ir en coche a comprar esa pieza de carne procedente de ganado cuya dieta a su vez hemos diseñado durante su cría. Es por tanto conveniente tratar de adoptar dietas originadas en periodos ancestrales en la era de la globalización? Una época donde además con la cocción de los alimentos les damos otro rol, donde quizás hemos sido víctimas de nuestro propio éxito evolutivo, pues con el procesado de los alimentos muchas personas consumen más calorías de las que ingieren., tendencia clave en el incremento de las epidemias de obesidad y patologías asociadas.

Son muchas las variables a considerar antes de dar nuestro beneplácito a la paloedieta o dieta cavernícola que me hacen concluir que probablemente la dieta humana ideal no existe y que quizás lo que nos hace humanos no es el gusto por la carne sino la capacidad de adaptarnos a diversidad de hábitats con distintos recursos que aprovechar de variadas maneras con las que generar multitud de dietas saludables.

Artículo escrito por la Doctora en Biología Elena Cortés Mendoza