Resiliencia y naturaleza
Seguro que aún tienes presente en tu mente la noticia del naufragio de Marta Miguel y David Hernández en Malasia y, cómo gracias a la resiliencia, pudieron aguantar sanos y salvos hasta su rescate. Hoy en Wakan os hablamos de la resiliencia en el ámbito de la naturaleza.
La palabra “resiliencia”, según el diccionario, deriva del latín resiliens, entis, que significa “que salta hacia arriba”, y en su acepción general se le describe como “elasticidad”. Por otro lado, se menciona que la definición del término proviene del campo de la física, refiriéndose “a la capacidad de un material de recobrar su forma original después de haber estado sometido a altas presiones”. Se señala también que posteriormente este concepto se extendió al ámbito social, definiéndolo en forma general como “la facultad humana que permite a las personas, a pesar de atravesar situaciones adversas, lograr salir no solamente a salvo, sino aún fortalecidos y transformados por la experiencia».
Resulta pues una característica muy antigua de los múltiples grupos humanos en su afán de sobrevivencia y adaptación a variados espacios físicos-naturales que han ocupado, logrando establecerse y desarrollarse incluso en las condiciones más agrestes (de clima, pisos ecológicos, topografía, suelos, etc.), y asimismo, afrontando diversas disputas con otros grupos humanos por el control y manejo del territorio y los recursos disponibles.
Este proceso hizo que los distintos grupos humanos desarrollaran la capacidad de observación y aprendizaje (prueba ensayo-error), lo que les permitió generar conocimientos y tecnologías, y desarrollar distintas formas de organización social para el manejo de los diversos ecosistemas (por ejemplo, para la agricultura, ganadería, bosques, acuicultura, etc.) para la producción alimentaria y la satisfacción de sus necesidades básicas.
En el caso de los ecosistemas, la resiliencia es la capacidad de respuesta que los ecosistemas naturales pueden tener frente a determinados cambios producidos por factores o agentes externos. Es decir, se refiere a los complejos procesos físicos y ciclos biogeoquímicos regenerativos que los componentes bióticos y abióticos de un ecosistema operan, en un tiempo determinado, como respuesta para recuperar su estado anterior al efecto producido por el factor externo, y en esa medida tender al equilibrio (siempre en constante cambio).
Cada vez es mayor la cantidad de ecosistemas intervenidos por las diversas actividades humanas. Situación que nos plantea algunos interrogantes a considerar con respecto al grado de resiliencia de un ecosistema natural: ¿El grado de resiliencia de un ecosistema tiene umbrales cuando es intervenido por la actividad humana? ¿De qué factores depende el mayor o menor grado de resiliencia de un ecosistema natural con respecto a uno antropizado?¿Existe alguna correlación entre el grado de resiliencia de los ecosistemas y la calidad de vida y desarrollo de las comunidades locales?
Sabemos que la conservación de un ambiente sano depende de un desarrollo sostenible que esté dirigido a un uso responsable de los recursos naturales y toda clase de cuestiones tienen su respuesta de acuerdo con una misma variable: la resiliencia de los ecosistemas.
Podemos suponer que la resiliencia de un ecosistema natural es mucho mayor cuanto menor es su grado de antropización, y será mucho menor cuanto mayor grado de antropización tenga.
Existen varios factores que pueden afectar la resiliencia de un ecosistema, entre los principales podemos citar los siguientes: La biología y ecología inherente de sus especies componentes o hábitats; La condición de estos componentes individuales; La naturaleza, severidad y duración de los impactos; El grado en que impactos potenciales han sido reducidos o eliminados.
En general, podemos afirmar que la resiliencia de la Tierra como un solo ecosistema está siendo puesta a prueba por el calentamiento global; no sabemos exactamente cuál es su umbral o límite de soporte de impactos negativos, pero sí sabemos que diariamente estamos agotando su capacidad de resistir y que una vez alcanzado este punto será muy difícil revertirlo. Por esto, las estrategias para mitigar y controlar el cambio climático deben estar dirigidas principalmente a construir resiliencia en cada ecosistema, prestando especial atención a su estructura y procesos, de manera que puedan mantenerse en equilibrio natural. Como conclusión, podemos afirmar que el desarrollo sostenible no es más que un desarrollo que considera y respeta la capacidad de un ecosistema o una sociedad para asimilar presiones externas, y que vela por que esta sea cada día mayor.
¿Y tú, eres resiliente?